miércoles, 3 de junio de 2015

Rituales de iniciación ...literaria

Me gustan los libros, dice Anthony Browne en uno de sus títulos ¡a mí también, señor Browne! Comparto con usted, y con Willy, el gusto por los libros chistosos, de adivinanzas, monstruos, piratas y sobre todo ¡cuentos! Y si son de Hadas, ¡mejor!

Ese gusto lo tengo desde chica. Nació -y creció- en un librero de la casa paterna. En uno de los estantes bajos, al alcance de mis manitas de niña, teníamos la colección Mi libro encantado. Recuerdo que tomaba alguno de sus primeros tomos y podía pasar la tarde viendo las ilustraciones y repitiendo alguna de las poesías que mi mamá me ayudaba a memorizar. 
Esta "recitación", de Mi libro Encantado,
 me ganó muchos aplausos en las reuniones familiares.

Por las noches, mi mamá se sentaba en la silla verde y nos leía en voz alta alguno de los cuentos de los tomos más "avanzados". La hora del cuento era como una especie de ritual de niñas acostadas y tapadas, niño hecho bolita junto a la hermana que le diera asilo y mamá luciendo su mejor voz, junto con su mejor pijama. (Aquí, qué les digo, mi mamá era muy bonita. Y leyendo cuentos, más).

Otro ritual que recuerdo de aquellos tiempos fue el que celebró la llegada de una nueva colección. En esta ocasión, el celebrante fue mi padre. Cada una de las hermanas, y el hermano también, recibió en mano uno de los tomos recién desempacados. 

Yo estaba muy pequeña, apenas comenzaba a leer y mis ojitos brillaban ante cada entrega. La ceremonia concluyó y mis manitas estaban vacías, así que me animé a preguntar ¿y para mí? entonces, a mi papá también le brillaron los ojos, caminó de vuelta al librero, tomó un libro y con un gesto orgulloso y solemne, me lo entregó. 

Con todo y que ya teníamos el Libro Encantado, en esos momentos tenía en mis manos ¡MI PRIMER LIBRO! Ya teníamos la otra colección, pero esa era de todos. Y este libro era MÍO. Mi papá me lo entregó en MIS propias manos. En aquel entonces sólo leía las letritas que venían con las ilustraciones. Era lo más que permitía mi incipiente habilidad lectora, esa que calibran según el número de palabras que leemos por minuto. 

Así conocí a Hans Christian Andersen y a La Sirenita, La Reina de las Nieves, Almendrita... Así fue, también, como le tomé gusto a los zapatos rojos, sin importar lo mal que le fue a la niña de mi libro. 

Hace poco, gracias a la generosidad de mi hermana Raquel, mi querido libro verde oscuro, el de los cuentos entrañables, regresó a mis manos. Y todavía disfruto las ilustraciones y las letritas que vienen con ellas. Aunque he conocido a más autores, me siguen gustando Almendrita, La Reina de las Nieves, La Sirenita... 

Y todavía uso zapatos rojos.

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